CARTA A PLATÓN
Querido Platón,
han pasado muchos siglos desde que describieras con sencillez la situación de unos prisioneros que no conocían más que las sombras proyectadas sobre la pared de una cueva. Estaban atados, y sólo podían ver cómo las sombras danzaban ante sus ojos describiendo extrañas formas que éstos asumían como la realidad, -quiero decir- “la única realidad”. No eran más que sombras. Sin embargo, para aquellos prisioneros era todo lo que podía conocerse. Tú sabías que su realidad no era más que un pálido reflejo deforme de la auténtica realidad, del mundo ideal o el mundo del conocimiento.
Las sociedades humanas han ido evolucionando mucho durante estos siglos. Sin embargo, a pesar de nuestros grandes avances o progresos, seguimos abundando en desconocimiento. Seguimos atentos a las sombras. Absortos y embobados. Pienso -como tú- que es un problema de educación, que nos aferramos a la vida cómoda y fácil, y que preferimos permanecer encadenados, ajenos a la verdad. Por desgracia, vivimos en un mundo donde todo es opinable, donde el conocimiento se reduce a mera información, donde todo vale si con ello salgo beneficiado, donde el esfuerzo ha cedido lugar a la comodidad, donde nos dejamos dominar por el afán de poseer, donde no tenemos tiempo para pensar por nosotros mismos, donde los poderosos siguen dominándonos, donde prevalece el desorden económico mundial, donde nos preocupamos más de las vidas ajenas que de las nuestras, donde falta ilusión, o donde la tristeza está –como suele decirse- a la orden del día… (Te aseguro, querido amigo, que podría enumerarte un largo etcétera). Lo que pretendo confesarte es que no podemos decir que hayamos progresado –precisamente- en el campo de lo humano.
Tú sabes, como yo, que la búsqueda de la verdad es siempre fuente de libertad, y que no debemos renunciar a esta búsqueda: la verdad de uno mismo, de nuestras circunstancias y del mundo que conformamos y nos rodea. Me gustaría que supieras que tu mito –por desgracia- sigue siendo actual, y que ojalá podamos romper esas cadenas que nos impiden movernos, o dejar atrás tantas sombras que nos acechan. Siempre tuyo, Andrés.
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